Los nervios, el madrugón, las reuniones (¡por fin!), la cumbre de tantas decisiones tomadas meses atrás, el café, los últimos cigarrillos, congratularse del éxito previo, echar unas nerviosas risas, embarcar, volar, soñar, volar más, soñar más, aterrizar, llegar, ver, experimentar, hablar, caminar, conversar, conducir, observar, comparar, respirar hondo, perderse eternamente, encontrarse repentinamente, alucinar, comparar, hacer check-in, vivir el resto del día y dormir.
Son tan sencillas las expresiones que se suelen usar en multitud de viajes de cualquier tamaño, que solemos encontrarlas en todos y cada uno de nuestros viajes en mayor o menor medida. Qué más da que estemos en New York, Bruselas, Tokio o Madrid, la cuestión es vivirlo intensamente y atesorar y coleccionar las sensaciones como si nunca más fueran a repetirse.
Así es como hoy, en Bloggercoaster, voy a presentar el primer día del viaje que pudimos disfrutar el RollerCoaster Team ya que en el primer día, todos los verbos de arriba y una inmensa colección más pudieron hacerse realidad en repetidas ocasiones.
El viernes 17 de junio, entre las 7 y las 7:30 de la mañana, tres amigos tenían una cita para empezar un gran proyecto en esa misma jornada: plantarse el mismo día a más de 6000 Km. de casa.
Puede parecer estrambótico, pero incluso en una hazaña de tal tamaño, con todos los cabos atados días antes, la rutina se abre paso y las tradiciones se cumplen: lo primero, después de hacer el check-in en el mostrador de Swiss Airlines situado en la nueva terminal de Barcelona, fue acudir en masa hacia la cafetería más cercana a nuestra puerta de embarque.
Se acercaba la hora de salir (las 9:15) y empezaban a asaltar dudas nuevas nuestras cabezas: ¿comeríamos en el avión?,¿qué servicios llevaría?,¿cuánto duraría realmente la escala en Ginebra?,¿qué precio tendría allá donde fuéramos el tabaco?.
Una rosquilla, un sandwich, una cerveza o un café después, la calma (y también la siempre indomable sorpresa de ver que te sablean sistemáticamente en tu propia tierra con los precios de la comida) hizo acto de presencia. Nos íbamos a EEUU, pero podíamos estar embarcando perfectamente en un avión a Valencia o Sevilla.
Primera escala: Ginebra
Ginebra tiene probablemente cosas interesantes y muchísima riqueza cultural, pero por desgracia es algo que nos quedará pendiente para una próxima visita ya que la única cultura que pudimos apercibir es que nos brindó una fugaz hora de escala. El viaje había durado dos algo más de hora y media y, para nosotros, aquello parecía un juego de niños.
En el aeropuerto pudimos recargar energías, disfrutar de una tímida hora entera de wi-fi gratis y observar, casi atónitos, que nuestro avión estaba ya preparado en el hangar de salida, esperando nuestra llegada y presto a la rápida salida de la pista rumbo a tierras americanas.
Durante el vuelo, calma.
Contrariamente a lo que uno se acostumbra a leer los días previos al vuelo (cansancio excesivo, sueño raro, aburrimiento, mareos o incluso paranoias) un vuelo de 7 horitas pasa, como quien dice, en un pis-pas.
Y es que los vuelos transoceánicos, como diría aquél, están hechos de otra pasta. No estamos hablando de una lata de anchoas con alas que vuela. No hablamos de una empresa cutre que el único propósito que tiene es el de sacarte hasta el último céntimo de tu raquítico bolsillo. No. Hablamos de una compañía que se preocupa en mucha mesura por el cliente, que le ofrece atención, que le aporta comodidad y que desprende cariño allá por donde se la vea.
Asientos comodísimos, amplios (sin ser sofás de 3 plazas, pero al menos las piernas respiraban tranquilas), almohadas en cada asiento (junto al paquetito con los cascos desechables) y una bonita y sorprendente pantalla en el cabezal de cada asiento para el disfrute personal.
Esas pantallitas fueron la bendición que nos otorgó entretenimiento y relax durante casi todo el viaje (películas, series, música o incluso videojuegos) amén de los momentos en los que el personal, con sonrisa de oreja a oreja, nos ofrecía la comida y la merienda (además de una deliciosa chocolatina suiza).
Y todas estas comodidades, previo pago del billete allá por diciembre del 2010, totalmente gratuitas. Definitivamente, no volábamos con Ryanair.
Traficante sospechoso
La llegada a EEUU era un mito que hacía falta desmitificar, se nos había informado de que las colas eran largas, de que la espera se hacía inquietante y fría, de que el patriotismo reinaría en un par de preguntas con miradas intimidatorias.
Pasó así con Marc. Pasó así con Javi. Y cuando llegué yo, me dijeron "acompáñeme" y me llevaron a la sala de control de la policía.
Y sí, así fue. Tampoco me voy a extender mucho explicando esta primera anécdota, principalmente porque tampoco pude sacar pruebas gráficas y muchos creeréis que os estoy vendiendo la moto, pero lo cierto es que durante las (posiblemente) dos horas más largas de mi vida, me encontré en una sala repleta de gente con caras o pintas sospechosas, con mi bandolera en mi regazo y observando absolutamente todo lo que rodeaba el lugar: columnas, bancos toscos de plástico, un estrado presidido por 4 agentes elevados un metro por encima del suelo y muy intimidatorios, carteles con mapas o indicaciones de prohibiciones. Tras dos horas y un par de interrogatorios ligeros (datos personales, a qué venía al país, quien era mi familia o si trabajaba en España) el agente del FBI me entregó el pasaporte y con una amabilidad hilarante me recitó el clásico "bienvenido a Estados Unidos".
La explicación posterior: me habían confundido con un traficante muy buscado que tenía mi mismo nombre, mi misma fecha de nacimiento y unos rasgos físicos muy parecidos a los míos.
Y no, no soy él.
Motorización en JFK
Tras la salida de este primer mal paso, enfilamos el camino en dirección al parking donde se encontraba el coche de alquiler que previamente habíamos reservado por Internet.
Aquí debo explicaros un poco el funcionamiento del JFK en estos casos. Para que os hagáis una idea, el JFK tiene un total de 8 terminales de gran tamaño cada una y cada una de ellas está dispuesta en una especie de círculo. Como la distancia entre las terminales es grande y además hay que unir a esto los parkings de clientes y de las empresas de alquiler de coches, todo el aeropuerto está conectado mediante un sistema de transporte rápido y muy efectivo: el Air-train.
Vendría a ser una especie de mezcla entre el metro y un monoraíl ya que hay ocasiones en las que pasas bajo tierra y otras en las que vas elevado, pero el hecho es que su uso es gratuito y conecta todos los puntos interesantes del JFK.
Como veis aquí arriba, os he colocado el mapa de este entramado de paradas y vías para que, si visitáis este aeropuerto, al menos os sea familiar.
Hay varias líneas que llevan directamente a la zona de coches de alquiler, por lo que es muy difícil perderse y las paradas están muy bien señaladas, tanto antes de subir al tren como una vez dentro, mediante mapas explicativos y rutas que se van iluminando. Lo más curioso del tema es que el Air-train no lo conduce nada, tiene un sistema de conducción automático, por lo que es muy fácil colocarse delante del todo y simplemente observar como van pasando las terminales y los grandes edificios (como hicimos nosotros).
Nos llovió bastante en este momento, pero estando a cubierto apenas se notó, así que el caso es que tras 10 minutos de intentar vislumbrar el exterior llegamos a la parada dedicada al alquiler de coches.
Marc se encargó de adquirir el coche que habíamos reservado y de escuchar atentamente las indicaciones de la recepcionista de Dollar, la empresa que nos iba a facilitar el automóvil.
Cuidado con Dollar, porque si pasa como con nosotros, la reserva es de un color y el resultado final es de otro. Me explico: uno adquiere un coche, con un servicio pactado y pagado previamente con tarjeta de crédito. Cuando uno llega allí le empiezan a sumar extras a lo que ya habías pagado (extras que en la web o vienen especificados en el pago inicial o ni siquiera aparecen). Por lo que si pagas una cantidad de dinero por el coche, con Dollar acabarás pagando esa cantidad más un "plus" añadido que varía respecto a lo que hayas pagado.
Dicho esto, nos indicaron amablemente dónde estaba aparcado nuestro coche y hacia allá fuimos, raudos y dispuestos a ver qué joya nos tocaba.
La verdad es que, como podréis comprobar fotografía mediante, el coche no estaba nada mal: maletero amplio, limpio, relativamente nuevo y prestaciones de gran comodidad. Uno de las principales obsesiones del RollerCoaster Team quedaba saciada: ir cómodos en carretera.
Largo tiempo para un corto viaje
Como los diferentes problemas que se habían ido alargando nos habían retrasado cerca de un par de horas el planning del día, decidimos no perder mucho el tiempo y una vez establecidos en el nuevo coche, las maletas cargadas y los mapas preparados enfilamos el camino para una de las ciudades más peligrosas del mundo si se circula con coche en ella: la Gran Manzana.
Y aquí, de nuevo, la suerte nos jugó una mala pasada. Marc se había equipado días antes con un teléfono móvil repleto de mapas detallados y con un seguimiento especial vía satélite (vamos, un móvil transformado en GPS). El problema era que el invento había funcionado a la perfección por tierras de aquí, pero parecía que no acababa de recibir señal por tierras de allá. Largos minutos de espera que hicieron que nuestra ruta tomara un derrotero completamente desconocido.
Salimos del parking de coches y tomamos prácticamente la primera dirección que encontramos hasta localizar la primera autopista interestatal que, presumiblemente, nos debía conducir en la buena dirección.
El hecho es que sí, lo hizo, pero para ello tuvimos que ir sin guía ya que el móvil-GPS en ese momento todavía no recibía señal y el miedo a estar completamente perdidos en una de las telarañas de autopistas más grandes del mundo era cada vez mayor.
De pronto observamos como, bajo la lluvia, nos aproximábamos a una zona urbanizada con cada vez más edificios. En ese momento el terror a estar perdidos fue maquillándose por otra emoción mucho más placentera: la sorpresa. Empezamos en este punto a descubrir lo que no tardé mucho en nombrar como "achievements culturales", o lo que es lo mismo: imágenes estereotipadas que nos indicaban que, inequívocamente, nos encontrábamos en el país de la american way of life.
Restaurantes de comida barata, canchas de baloncesto barriobajeras, calles repletas de Mustangs o furgonetas Ford, letreros de neón y muchísima vida. Estábamos en Queens, uno de los barrios más peligrosos de toda la ciudad pero, a la vez, uno de los nidos de población más diversa del lugar. Nosotros creímos ciegamente que estábamos (bendita ignorancia) en el Bronx, sobretodo por la enorme cantidad de afroamericanos que vimos allá donde dirigiésemos nuestra vista, pero no, aquello era Queens.
El móvil-GPS despertó y de pronto dejó de llover. Aquello más bien parecía obra de un auténtico milagro y de pronto empezamos a emprender la ruta que, previamente, Marc había marcado para llegar a Edison, en New Jersey, cruzando toda Manhattan en dirección al sur. Todo empezaba a verse con otros ojos y, ciertamente, la esperanza nos alimentaba a cada kilómetro que el coche recorría.
Rascacielos, tráfico, gente: esto es New York.
Empezamos a ver las primeras formaciones de barrios altos, cada vez las casas empezaban a ser de pisos más numerosos y dejábamos atrás el barrio repleto de casitas con jardín o de manzanas enteras llenas de talleres o "badulaques". Los neones dejaban paso esta vez a carteles y vallas publicitarias colgadas sobre terrazas y cobertizos de edificios, como si de Spiderman se trataran. Nos empezaban a saludar a nuestro paso edificios cada vez más imponentes y, irrefrenablemente, vimos como el GPS nos estaba llevando por el buen camino. Habíamos pasado discreta y velozmente de Queens a Brooklyn, otro barrio clásico de la ciudad, sobretodo residencial y de negocios.
De pronto, tras recorrer un par de kilómetros por una avenida llena de ajetreada vida, vimos al fondo algo que nos era muy familiar: el puente de Manhattan, sacado en mil y una películas o que, a los fans de la serie “How I met your mother”, os sonará porque, en multitud de ocasiones, lo sacan entre escena y escena para situar dónde estamos.
Maravillados por la grandeza de la estructura metálica, no pudimos más que continuar por la Upper Roadway (la carretera que lo recorre en distintos niveles) y ver a nuestra izquierda uno de los perfiles más bellos, impresionantes y deseados por todo amante de los viajes. Señores, señoras, estábamos en Manhattan:
Teníamos justo a apenas un centenar de metros otro de los puentes más famosos de esta ciudad: el puente de Brooklyn y a la derecha empezamos a ver un montón de calles y formaciones de barrios con edificios enormes y altísimos que se apelotonaban junto a los carteles publicitarios y las azoteas decoradas caprichosamente con charcos debido al último chaparrón que había pasado hacía apenas unos minutos.
Pero al fondo, austero e icónico, alto y regio como el gran símbolo de la macro-ciudad, nos saludaba fugazmente un Empire State Building, conocedor de nuestra visita tarde o temprano a su conocida terraza con vistas.
La pesadilla de China Town
Ciertamente, aquello alimentaba con millones de imágenes por segundo nuestras ya saturadas cabezas, estábamos pisando suelo americano y no sólo eso, sino que encima lo hacíamos a lo grande, viendo tremendos paisajes urbanos. Pero pronto los tres descubrimos con horror algo que marcó aquella tarde: el móvil-GPS nos había metido de lleno dentro de la ciudad, y es algo que por activa o por pasiva nos habían dicho que bajo ningún concepto hiciéramos pues, repito, Manhattan es el infierno de los conductores.
Era inevitable ya, estábamos metidos en la zona este de China Town, un barrio conocidísimo por su nombre pero totalmente desconocido por su estructura. Nunca sabes cuándo estás entrando pero lo cierto es que, de golpe, te encuentras rodeado de carteles en chino, habitantes de origen chino y un sinfín de negocios chinos. China Town no es una simple calle repleta de carteles orientales, no, es simplemente una ciudad china metida de lleno y con calzador en la Gran Manzana americana.
El móvil-GPS daba señales de volverse completamente loco y, a ello, cabe sumar el hecho de otra de las pesadillas que ya nos habían comentado: Manhattan vive constantemente y ello implica cambios de calles, obras, retenciones o desvíos imprevistos. Tuvimos que sortear numerosos obstáculos, cambios de ruta, direcciones equivocadas, etc. Incluso nos atrevimos a indagar preguntando a un enorme policía que custodiaba el acceso a uno de aquellos edificios gigantescos de negocios.
Y justo cuando parecía que acabaríamos con nuestros huesos en aquella ratonera laberíntica, encontramos una avenida que nos solucionó hasta el más grande de nuestros temores. Nos encontrábamos al sur de la isla, justo en el lugar donde se pueden ver algunos de los edificios más imponentes y donde, si apuramos un poco la mirada, vemos el skyline completo de Brooklyn, compitiendo eternamente por llegar a la suela de los zapatos a la antigua Nueva Holanda.
Sentimiento made in 11-S
De pronto vimos obras, muchas obras, nos metimos por varias avenidas y seguimos algunas señalizaciones. Un murmullo constante de personas y más obras. Nos encontrábamos en el pleno centro de una construcción de un rascacielos. Pero... ¡un momento! No era cualquier rascacielos. Nos encontrábamos metidos en plena Zona Cero y aquello era el World Trade Center.
Aunque pudimos apreciar el lugar apenas unos minutos, antes de que desapareciese engullido por otros muchos edificios imponentes, por un instante pudimos ver la solemnidad del lugar, la oscuridad y aquél silencio inquietante que se impone sobre el latir urbano del corazón de esta enorme ciudad. Fue un momento de sentimientos encontrados, de la tristeza del recuerdo, de la comparación de pensar cuán enormes habían sido aquellas dos torres y el horror de comprobar el gigantesco hueco que habían dejado a su caída.
Pero el reloj continuaba marcando el tiempo y empezamos a comprobar horrorizados que el sol iba abandonando su dominio para dejar paso a la noche. Todavía teníamos luz, eso sí, pero pronto deberíamos empezar a conducir de noche y eso es, para entendernos, uno de los calvarios más grandes de un conductor nuevo en un país nuevo.
Todo parecía encarrilado y ya únicamente nos faltaba tomar la larguísima avenida oeste de la ciudad para llegar al gran objetivo que nos sacaría de la urbe: el Holland Tunel. Pero de nuevo la desgracia nos volvió a gafar y un genuino agente ataviado con gafas, gorro y la chaqueta de turno nos hizo desviarnos hacia el interior. De nuevo volvíamos a introducirnos dentro de aquella maraña de edificios imponentes.
El efecto tambor de lavadora empezaba a ser estresante y a ello tuvimos que sumar la que sería la enésima bofetada de mala suerte de la noche: el móvil-GPS, que había cumplido relativamente sus funciones, nos abandonaba y pasaba a mejor vida, su batería se había apagado ya.
Perdidos, sin GPS, sin mapas y haciéndose de noche. Auténtica esencia RollerCoasterTeam.
Holland Tunel, el salvador
El objetivo era claro y antes de que el móvil-GPS feneciera ya sabíamos lo que buscábamos a costa de cualquier esfuerzo: el Holland Tunel. Un paso subterráneo que sirve de entrada y salida a la ciudad, situado en el oeste de la misma y que, en menos de 15 minutos, te saca del bullicio de la metrópolis y te muestra absolutamente todas las carreteras habidas y por haber.
El Holland Tunel era nuestro objetivo. Arrancamos de nuevo el motor, nos dispusimos a cumplir el papel de supervivientes urbanitas y nos metimos de lleno en la Canal St., la larguísima avenida que conduce al susodicho túnel.
Llegados a este punto, pudimos vivir en nuestras carnes el horror de las retenciones neoyorquinas. Pudimos estar una hora bien larga recorriendo metros a paso de tortuga. Nos dio tiempo de visionar y revisionar cada uno de los elementos arquitectónicos de cada majestuoso edificio que se nos presentaba a nuestro paso.
Y por fin, cuando la oscura noche empezaba ya a presentarse ante nosotros, cuando los focos y las luces de la ciudad empezaban a danzar en una sinfonía lumínica sin igual, encontramos el dichoso túnel. Y vimos el origen de toda aquella retención (y aquí viene un aviso para viajeros en coche): como os he dicho, el Holland Tunel sirve de válvula de escape para toda la ciudad y sobretodo para los habitantes que quieren dirigirse a sus casas en New Jersey (hacia el sur del país). Es por ello que la cantidad de tráfico en horas punta (tanto para acceder como para salir) es enorme y, sumado a ello, viene el hecho de que es un túnel muy estrecho de dos únicos carriles: uno de ida y otro de vuelta.
Dicho esto, empezamos a recorrer a un paso cada vez más ligero el túnel. Una vez recorrida la totalidad de la enorme estructura, salimos de nuevo a la intemperie y descubrimos como prácticamente se había hecho de noche ya.
Ruta hacia Edison, parada en Burger King
A partir de este punto las cosas fueron muchísimo más fáciles y, la verdad, parecía aquello una auténtica balsa de aceite en comparación a la marabunta que habíamos dejado atrás hacia apenas unas horas.
La ruta hacia New Jersey, concretamente hacia Edison, viene marcada ineludiblemente por Newarck, la ciudad que sirve de peaje tanto si vas a entrar a New York como si vas a salir de ésta. En Newarck se encuentra el aeropuerto con el mismo nombre que es el que, si viajáis en avión a esta región, posiblemente encontréis siempre asociado al imponente JFK. Newarck vendría a ser el Gatwick de Londres o el Girona de Barcelona, un aeropuerto algo menor en importancia, pero de muy grandes dimensiones igualmente.
Pasado este punto de orientación lo siguiente que seguía era Elisabeth, otra gran ciudad residencial muy cercana ya a Edison y que empezaba a mostrarnos el estilo de edificación de la zona: barrios de construcción muy baja repletos de grandes superficies y supermercados que, a su vez, mostraban anchurosos y casi eternos parkings vacíos.
En este punto el skyline de la Gran Manzana era ya historia y apenas se podía vislumbrar la gran cantidad de luz que irradia la ciudad en el cielo, el único testigo de que allí se encontraba un gigante latiente.
Sabíamos ya, por un par de mapas de Google que previamente Marc había incluido en el dossier de ataque, que nuestra ruta llegaba ya a su fin y que el hotel, tarde o temprano, haría acto de presencia. Decidimos pues que, antes de llegar reventados a nuestras respectivas habitaciones haríamos una parada para alimentarnos y qué mejor que hacerlo estrenándonos en la cultura de comer fast-food: paramos en un Burger King de carretera.
Una de las anécdotas más placenteras de este día fue descubrir el escandaloso precio bajo de la comida de este tipo en Estados Unidos, no es de extrañar entonces ver como la sociedad entera sucumbe a este tipo de cadenas de comida si se paga tanto a tan poco precio.
Concretamente pagué poco más de 6 dólares por un menú completo con bebida refill. Este concepto (mejor ir familiarizándose con este tipo de nombres) es muy simple: pagas un precio inicial por la bebida y la persona que te atiende te da un simple vaso vacío. Una vez te sirven el menú te diriges a tu mesa y antes pasas por una especie de gran máquina llena de grifos automáticos y estampados de decenas de bebidas algunas conocidas y otros menos conocidas.
Pones tu vaso, aprietas el grifo y dejas que caiga. Disfruta. Ah, se me olvidaba, la gracia del refill es que una vez te has acabado esa ración de bebida puedes volverte a dirigir a esa enorme máquina y ponerte una y otra vez, tantas veces como quieras, tu bebida favorita.
Rozábamos el cielo. Unas enormes hamburguesas y la opción de beber cuanto refresco quisiera y todo ello dejando ir unos simples 4€.
Después de disfrutar de esta asombrosa cena barata, recorrimos el último par de kilómetros en busca de Edison y de nuestro bien situado hotel, perteneciente a la cadena Confort Inn (una de las cadenas de hoteles más famosas y extendidas de EEUU) con el inequívoco nombre de Confort Inn Edison.
Check-in, fotos varias, subir a nuestras dos habitaciones queen-size, dar un pequeño repaso a todas nuestras pertenencias, intentar dejar de estar perplejos por la increíble hazaña por la que habíamos pasado durante esas eternas horas y, de una manera casi automática, vencidos por el cansancio, dormir.
Este día había sido duro, muy duro, pero desgraciadamente, esto sólo era el entrenamiento.
*****
¡Hasta aquí la primera parte de este diario de seguimiento del viaje! Espero no haberme excedido demasiado en mis palabras ni haberos agotado con tanta lectura, he intentado completar todo este reportaje con la máxima cantidad de fotos que he podido seleccionar.
Como os indiqué, esta serie de reportajes se van a ir sucediendo a lo largo de estas semanas y poco a poco iremos viendo las aventuras y desventuras del RollerCoaster Team por toda la extensión de kilómetros que recorrimos en tierras americanas.
Os invito a seguir atentos al blog y, si lo deseáis, me podéis formular cualquier pregunta o comentario a través de los comentarios que encontraréis aquí, justo debajo de este texto. Estaré encantado de poder resolver vuestras dudas dentro de lo que pueda, así que ya sabéis: ¡nos vemos en la próxima entrega!
Genial, genial y genial, pedazo de entradita te has marcado ;)
ResponderEliminarjaja, menudas anécdotas !!!
ResponderEliminarMe encanta!! Que grande eres explicando las cosas y mantiendome en vilo a todo momento! Grandioso, esperando la siguiente entrega. Ahora bien parece que un viaje sin aventuras no es un viaje xd
ResponderEliminarBuenas Jivo, llevo siguiendo tu blog hace mucho tiempo desde el anonimato y he de decir que me encanta, es muy interesante.
ResponderEliminarMuchos ánimos y a seguir escribiendo!
PD: Esperamos ver pronto la entrada de Six Flags jejej!
Menuda entrada! mientras leía lo de la gran manzana creía estar en ella! Sigue así!
ResponderEliminarGracias a todos por los comentarios! La verdad es que escribir sobre recuerdos tan cercanos y tan intensos es todo un placer. Para los que preguntáis por SixFlags, recordad que es la tercera parte (en la segunda hablaré a saco de Manhattan, ciudad de ciudades). Aunque tendréis un aperitivo mañana mismo... sólo os doy una pista: piensa en verde!
ResponderEliminarJoder que estrés he pasado leyendo todo ese cúmulo de despropósitos que pasasteis para poder entrar en el dichoso tunel y así, poder abandonar la ciudad de ciudades!
ResponderEliminarGrande no, grandiosa entrada Jivo, como siempre!
FASCINANTE. A mí siempre me paran en los aeropuertos (serán las pintas o que debo tener también un gemelo "malo" por ahí), así que, si ya en España la Guardia Civil me apunta con "metralletos", no quiero ni pensar lo que puede pasar el día que ponga los pies en suelo americano...
ResponderEliminarGenial la entrada, me has atrapado de principio a fin.
hahahaha como me reí con lo del traficante, cuando me enteré xD
ResponderEliminarEspero, atento, las próximas entradas :)
Increible. Con muchas ganas de ir a Estados unidos. En breve me pongo en contacto contigo para que me expliques.
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