No os voy a engañar, probablemente hoy estéis ante la entrada más larga y con más fotografías de la pequeña historia de Bloggercoaster. No es para menos pues si la llegada al aeropuerto de la gran ciudad y la disparatada ruta que seguimos en coche hasta llegar, de noche, a nuestro querido hotel supuso ya toda una aventura (como pudisteis leer hace apenas unos días) todo lo que hoy os tengo que narrar está repleto de contenido y de pequeñas anécdotas que forman todo un mundo.
No es típico del RollerCoaster Team el hacer turismo "del montón", dejarnos ir por ciudades y empezar a disfrutar de los clásicos iconos a destajo, pero en esta ocasión Manhattan bien se merecía una excepción y decidimos dedicar, en su entereza, toda una jornada a visitar las entrañas de la Gran Manzana.
Mucha gente nos recomendó no precipitarnos y procurar realizar una visita poco numerosa, a no más de dos o tres monumentos. Pero el piscinazo fue realmente tentador y al final decidimos atravesar la ciudad totalmente, en busca de no menos de una docena de icónicos y míticos lugares de interés.
Hoy, en Bloggercoaster, repasamos el segundo día de viaje en el que durante nada menos que 19 horas hicimos una de las excursiones urbanas más bestias que el ser humano pueda soportar, ¡preparaos para una odisea visual de 60 fotografías explicadas al detalle!
De la periferia a pleno centro
El sol empezaba ya a dar las primeras señales de vida en un nuevo día y, como habíamos acordado la noche anterior, la hora de encuentro en el comedor del hotel Confort Inn Edison sería las 8 de la mañana, para poder desayunar ligero y buscar la estación de tren que, previamente, vimos que tenía la localidad y que enlazaba directamente con la gran metrópolis.
El desayuno acaparó la primera de las admiraciones por mi parte ya que estuvo conformado por ingredientes que se irían repitiendo a lo largo de todos los días del viaje, a saber: cereales Cheerios (admirados e idolatrados por mi), magdalenas de arándanos y un zumo de naranja que más bien podía ser el pariente lejano de una Fanta naranja sin gas. Sabíamos que en Manhattan nos esperaba otro desayuno mucho más calórico y completo, por lo que decidimos cargar pilas ligeramente de esta manera.
En recepción nos facilitaron la llamada a una compañía de taxis de la zona (Melvis Taxi) que nos vino a buscar a la misma puerta en menos de 5 minutos. Decidimos adquirir este servicio (6$ entre los tres) para acercarnos hasta la estación más que nada porque desconocíamos el paradero exacto, pero más tarde comprobamos que la estación de tren de Edison no está demasiado lejos del hotel, a no más de 5 minutos en coche.
Al llegar a la estación adquirimos los billetes (unos 23$ el de ida y vuelta a Penn Station, nuestra estación de destino en la ciudad). El tren llegó apenas unos minutos después por lo que enseguida estuvimos recorriendo los kilómetros que nos separaban de la urbe en un tren de 3 vagones. La característica más llamativa en este sentido fue la enorme efectividad de los revisores. Hay 2 revisores por tren, uno por cada extremo, cuando uno llega al tren el revisor adquiere tu billete y lo coloca en la parte superior del respaldo, a la vista. Así para la próxima chequeada sólo tendrá que mirar y no te pedirá el billete de nuevo. Una vez llegas a tu destino, el billete se extrae o se deja puesto, me imagino que los mismos revisores lo deben limpiar.
La verdad es que llegamos muy puntuales, las paradas fueron numerosas pero no tuvimos ningún contratiempo. De camino pudimos observar a pleno sol del nuevo día zonas que la noche anterior apenas vislumbramos con la polución lumínica de Manhattan: Elisabeth, Newark o Jersey City. Y de repente se hizo todo oscuro y entramos en una enorme red de túneles, supimos entonces que ya estábamos bajo la ciudad, probablemente atravesando subterráneamente la bahía.
Pennsylvania Station (más conocida como Penn Station) no es más que una maraña subterránea de pasillos, escaleras, pasadizos y puertas, aunque realmente todas las indicaciones son correctas y salir a la superficie no os llevará más de un par de minutos. La misma estación está repleta de tiendas, kioscos y pequeñas cafeterías donde podréis encontrar vuestro suplemento energético para la mañana.
Abrir los ojos y el auténtico desayuno
Os aviso: si lleváis una cámara de fotos salir de Penn Station por la puerta este, junto a la 7ª Avenida, es bastante peligroso. No por nada en particular, sino porque la visión es tan clásica y estereotipada que no podréis dejar de sacar detalle a absolutamente todo lo que veáis: taxis amarillos, calles abarrotadas, altos edificios, pantallas y carteles enormes. En resumen: el mejor mensaje de bienvenida que un turista podría llevarse.
De rebote, si salís por aquí, encontraréis la puerta trasera del Madison Square Garden (situado justo encima de la estación) y que se diferencia de los demás edificios por ser de fachada cilíndrica y no cuadrado o rectangular, vamos algo así como un coliseo romano, sólo que esta vez forrado de metal y vidrio.
Previamente se me encargó la tarea de buscar si no el mejor uno de los mejores lugares donde comer los bagels neoyorquinos, un producto típico americano que en la Gran Manzana adquiere su máximo esplendor y se convierte en la típica comida o almuerzo. Así pues encontré el Best Bagel & Coffee, en la 35th. West con la 7ª Avenida (acostumbraos mejor, a partir de ahora, a esta norma de ordenación urbana: las horizontales tienen número cardinal y las avenidas verticales tienen número ordinal):
Como podéis ver, no es un local demasiado grande ni esplendoroso, pero os puedo asegurar que nos pusimos las botas ya nada más para desayunar. Los bagels son básicamente panecillos cilíndricos con forma de rosquilla gigante que en su interior pueden llevar decenas de sabores y preparaciones distintas y que suelen hacerse partidos por la mitad y rellenos de distintos ingredientes. Pueden ser fríos o calientes, pueden ser salados o dulces... en realidad es, ya os digo, bastante difícil de elegir entre tanta variedad. Finalmente mi elección, como podréis ver en la foto, fue un bagel salado caliente con queso, tortilla y bacon, otro dulce y frío hecho de canela con pasas y un café (odio y siempre odiaré los cafés americanos, pero eso antes de tomar este, no lo sabía todavía).
Pedir esto y comer sentados en taburetes mirando, cristal mediante, una calle de altos edificios sabiendo que estás a miles de kilómetros de tu casa. Este es uno de esos momentos que no se pagan y se guardan con llave en el pensamiento.
Columbus Circle y Central Park
Una vez ingerido este delicioso y nutritivo desayuno, decidimos seguir nuestra ruta fabricada semanas antes y marcar, dicho sea de paso, otro "achievement" cultural yankee: tomar un taxi.
Partimos desde la 8ª Avenida, en línea recta, hasta Columbus Circle, que estaría más o menos en la parte central de la isla y que da inicio a uno de los símbolos de la ciudad: Central Park. En nuestro viaje pudimos admirar, entre otras cosas, la majestuosidad de todos los rascacielos y grandes edificios que se exponían a uno y otro lado de la calle y, sobretodo, la profesionalidad del taxi neoyorkino. No se si es en general así, pero al menos en los que nosotros tomamos venían equipados con pantalla táctil donde se nos mostraba el mapa y la situación exacta que tenía el coche (a modo de GPS), algo que va realmente bien para no perderse y, sobretodo, para comprobar que el taxista no te está tomando el pelo.
Tras unos 10 minutos de viaje atravesando calles paralelas las unas a las otras, llegamos a Columbus Circle. Se llama así porque, curiosamente, presenta igual que en Barcelona una estatua de Cristóbal Colón elevada varias decenas de metros gracias a una enorme columna, solo que en esta ocasión Colón no señala las Américas porque, cosas de la vida, ya está en ellas. Para que os podáis hacer una idea del tamaño de los edificios en la zona, en esta fotografía podréis ver en la zona inferior la ridícula estatua de Colón y, frente a ella, las moles de acero, cristal y cemento. Es realmente increíble observar esto a pie de los edificios.
Estábamos en este punto justo en la esquina sud-oeste de Central Park y nos disponíamos, como buenos turistas casuales, a recorrer gran parte del parque en busca de The Lake, que vendría a estar a 1/4 de la longitud total del fastuoso parque.
¿Qué os puedo decir de Central Park que no hayáis oído o visto alguna vez ya? La verdad es que impresiona muchísimo, no sólo por el hecho de que ya de por sí se trata de un parque enorme, muy enorme, sino por el hecho de que lo habíamos visto tantas veces, en tantas películas o series, que nos parecía increíble el hecho de estar en esta ocasión allí, junto a aquellos árboles y prados de césped.
Encontramos un montón de iconos e imágenes clásicas del lugar todos reunidos, como se tratara de actores dispuestos a hacernos entrar en una enorme obra de teatro conjunta. Pudimos encontrar, por ejemplo, el clásico puente que aparece en un sinfín de películas (que yo recuerde ahora mismo aparece en Monstruoso o en Ultimátum a la Tierra):
Una vez entrados ya a varios centenares de metros hacia el interior, uno comienza a observar la atípica imagen que, por arte se convierte en una imagen familiar de tres niveles: césped, árboles y justo atrás una hilera de mastodónticos edificios desafiando la altura del cielo azul:
Se pueden encontrar en el parque multitud de lugares dedicados al deporte. Nosotros encontramos, a no más de 5 minutos de paseo, un par de campos donde practicaban uno de los deportes nacionales: el béisbol. Pero también podéis encontrar canchas de basket, campos donde practiquen fútbol americano, pistas de patinaje o incluso comunidades de gimnasia, capoeira o taichí. Estoy casi seguro que cualquier deporte o práctica sana tiene cabida en este lugar.
Justo antes de llegar a la 66th Street Transverse Road (una avenida natural que atraviesa el parque de lado a lado) nos encontraremos una de esas rarezas que tanto encanto aportan a este paraje natural: el Central Park Carousel, un carrusel cubierto y con un montaje a la antigua, nada de música artificial sino música producida con sus propios organillos y percusiones.
En este punto nos desviamos algo hacia el este y entramos en The Mall, una de las avenidas naturales más espectaculares de la zona con unos arcos de árboles realmente impresionantes y muy espectaculares que me recordaron, inequívocamente, a las grandes avenidas similares que también contiene el Vogel Park, en Amsterdam.
Esta avenida se alarga unos 600 metros hasta llegar a uno de los puntos más visitados del parque: la Bethesda Fountain, esplendorosa y desafiante frente al precioso y bucólico The Lake, un lago navegable que está repleto de barquitas de alquiler con numerosas parejitas o viajantes románticos. La verdad es que este punto también reclamará decenas de fotografías de vuestra sufrida cámara de fotos, quedáis avisados.
Llegados a este punto decidimos variar nuestra ruta siguiendo la Terrace Driveway (que también cruza de este a oeste el parque) hasta llegar al límite del parque con la ciudad, en la Central Park West (así se llama la calle que delimita esta zona del parque). En este punto se encuentra una de las calles más famosas del lugar, zona de peregrinaje auténtico por dos puntos exactos: la casa Dakota y el monumento Imagine. En la primera fue donde residieron Yoko Ono y John Lennon en los últimos días de vida del ex-Beatle y fue al salir de este edificio donde Mark David Chapman le disparó 5 tiros por la espalda.
El monumento Imagine, consistente en una pequeña plaza rodeada de bancos de madera, ensombrecida eternamente por la arboleda de alrededor y con un gran mosaico en el centro, siempre amanece con una flor en el centro, en recuerdo del cantante y artista tristemente asesinado. La verdad es que la solemnidad y el silencio de este lugar son notables, vale la pena bajar la cabeza y recordar las estrofas de la nostálgica Imagine.
De Verdi Square al brunch en Sarabeth's
El reloj jugaba a favor nuestro y descubrimos, con orgullo, que nos sobraba aproximadamente media hora del horario que previamente nos habíamos configurado, por lo que decidimos repartir esa media hora para el libre albedrío de cada uno de nosotros. Marc, previsor, había marcado previamente en el móvil-GPS las coordenadas de geocaching para localizar uno de los puntos más míticos de Central Park, por mi parte también pensé en estos minutos extras y decidí hacer una visita a la Magnolia Bakery y Javi decidió acompañarme en mi búsqueda.
Mi capricho se vio cumplido de sobras cuando, en apenas 10 minutos, localicé esta famosa esquina de la zona oeste de la ciudad. Para los que seáis asiduos de Sexo en Nueva York, este local es el que solían frecuentar Carrie Bradshaw y sus amigas para comer los cupcakes más deliciosos de la ciudad y fue así como, de paso, popularizaron este manjar dulce que, erróneamente, mucha gente confunde con las magdalenas. Laura, mi pareja, podría explicaros aquí muy bien de qué se tratan, pero yo solamente me dedicaré a decir que compré uno de pistacho y, por un momento, toqué el cielo de los sabores. Objetivo cumplido.
A la hora cumplida y en el lugar decidido nos volvimos a reunir los 3 integrantes del RollerCoaster Team, observamos que Marc ya había cumplido también su deseo y había conseguido llegar al punto de geocaching, por lo que nos pusimos en marcha con nuestra ruta: el siguiente objetivo era Verdi Square, una plaza que, como su nombre bien indica, está dedicada a Giuseppe Verdi, compositor italiano del siglo XIX.
En esta plaza se encuentra la estación 72, una de las que coincide con las principales líneas de metro y trenes que nos conducirán, si las tomamos en este punto, a la casi totalidad de estaciones situadas en la parte central y baja de la isla. Pero en esta ocasión no paramos aquí, sino que de la misma manera que yo me había ocupado unos días antes de localizar el local de los bagels, Javi se encargó de encontrar un local donde poder hacer otra de las comidas más características de New York: un brunch.
Para ello aprovechamos que en esta céntrica plaza se bifurca una de las avenidas principales de la urbe: Broadway, y lo hace dando paso a otra avenida bastante menos conocida, la Amsterdam Ave., que nos conduciría tras un breve paseo justo delante del Sarabeth's, el lugar donde Javi nos recomendó tomar el nombrado brunch.
Sarabeth's es un local bastante concurrido por esta zona, sobretodo famoso por haber hecho acto de presencia en diversas series ambientadas en la Gran Manzana y que en su franquicia esconde una pequeña tienda a la entrada de los locales donde se venden productos destinados únicamente a completar nuestro brunch si decidimos prepararlo en casa (algo así como las cafeterías que deciden poner a la venta su propio café).
Para entrar a Sarabeth's teníamos que apuntarnos a lista y esperar media hora aproximadamente, así que para ello decidimos hacer parada justo en el local de al lado, el McAleer's Pub, un bar de ambientación irlandesa y con un cuidado diseño de cada uno de sus rincones. Pudimos saborear justo antes de nuestro brunch, algunas de las mejores cervezas de todo el viaje, de importación, eso sí. Todo ello con la ambientación de la buena música country, televisores con concursos de corte de troncos (porque sí, en EEUU se hacen programas de televisión de cualquier cosa) o una máquina original del mítico Space Invaders. Un local totalmente recomendable si la sed llama a vuestro gaznate.
Transcurridos los 30 minutos de espera decidimos pasar al Sarabeth's para, esta vez sí, poder saborear el tan hablado brunch. El brunch vendría a ser algo así como la versión sofisticada del almuerzo aquí en España, sólo que en vez de servir un bocadillo con una mediana, se sirven deliciosos manjares o ensaladas regados con fabulosos cocktails. Todo ello a un precio que más bien podría significar una cena de postín.
En nuestro caso decidimos decantarnos los tres, para la bebida, por una elección nada justa y que más tarde nos pasaría factura: pedimos los tres un Bloody Mary, un cocktail conocido también por estas tierras y cuyos ingredientes principales contienen zumo de tomate, vodka y una estudiada mezcla de aromas picantes que lo hacen un complemento perfecto para saborear las delicias del brunch. Aún así, por lo que la camarera nos explicó minutos antes de abandonar el local, nos vieron pinta de mexicanos (palabras suyas) y nos cargaron demasiado el Bloody Mary, sirviéndonos un brebaje capaz de resucitar a cualquier muerto. Así que ya sabéis, si vais a Sarabeth's y pedís un Bloody Mary, decid explícitamente que no os lo carguen mucho o apenas llegaréis a saborear media jarrita.
Media hora más tarde habíamos cumplido nuestro achievement cultural y gastronómico (y apenas nos situábamos en el duro mediodía neoyorquino), por lo que decidimos emprender de nuevo la ruta que teníamos diseñada y nuestra siguiente parada era ya un punto de visita duro que nos llevaría algunas horas pero que, sin duda, disfrutaríamos hasta del más mínimo detalle.
Rockefeller Plaza y la 5ª Avenida
Tras coger el amarillo taxi en Broadway y a sabiendas que la avenida tomaba dirección hacia la zona baja de la ciudad, le indicamos al taxista que nos llevara justo a Rockefeller Plaza y, sin más miramientos, nos plantó en la misma base del edificio en no más de 10 minutos. El trayecto, aunque no recuerdo exactamente el precio, no rondó más de 10 dólares (propina de 1$ incluida).
Al llegar, lo primero que deberéis hacer es entrenar vuestro cuello pues, os aseguro, podéis llegar a sufrir un tirón importante. Y es que el Rockefeller Center es un complejo urbanístico formado por 19 edificios de una altura bastante considerable todos ellos, tomando principal relevancia el Rockefeller Building, grandiosa muestra del poderío económico de la familia Rockefeller en la formación y capitalización de Manhattan.
Esta plaza la habréis visto en multitud de películas o series, ya que suele ser característica por su pista de patinaje (montada en invierno en un foso de cemento frente al edificio principal, que normalmente ocupan terrazas de lujosos cafés) o por el enorme árbol de navidad que se erige justo con el cruce de la Rockefeller Plaza con la 5ª Avenida. Cualquiera de estas dos imágenes os sonará si visitáis la zona, que además está plagada de boutiques de lujo y de grandes tiendas de las principales y más costosas marcas.
Sabíamos que no podíamos entretenernos demasiado en este lugar y que justo al lado, a no más de 100 metros, nos esperaba la avenida más famosa de la ciudad: la 5ª Avenida. Para ello decidimos comenzar a caminar y a tomar la famosa calle en dirección norte (justo hasta la parte este de Central Park). Si vamos caminando a paso ligero no tardaremos ni 5 minutos en encontrarnos la catedral de Saint Patrick, una clásica estampa del contraste entre la arquitectura clásica gótica (reinante en muchos rincones de la ciudad) y la más moderna construcción de rascacielos ya que la catedral empequeñece al lado de los altos edificios que la rodean.
Siguiendo la enorme avenida a un paso bastante cortado (hay muchísimo semáforo y las fotografías en este punto adquieren especial relevancia ya que todo es susceptible de ser fotografiado al detalle) pudimos ver una serie de edificios y, sobretodo, de tiendas de mucho postín ya que es en este punto donde se reúnen algunas de las franquicias más caras del mundo: Dior, Gucci, Carolina Herrera, Cartier, Armani o Vuitton. Todo es lujo y, sobretodo, precios desorbitados que, probablemente, no lo sean tanto a ojos de las delicadas miradas de las ricas damas que habitan este lugar.
Pudimos encontrarnos también, en nuestra travesía por estos mares de cemento armado, otro edificio de relativa nueva construcción pero que rápidamente ha adquirido relevancia para los turistas de la isla: la Trump Tower.
Finalmente, a unos varios centenares de metros de llegar al tramo final de la avenida, avistamos otro de los achievements personales, en este caso de Javi, que decidimos apuntar y fotografiar al detalle: la joyería selecta Tiffany & Co., conocida sobretodo por servir de escenario y trasfondo a la mítica película de Desayuno con Diamantes.
Tiffany & Co., símbolo de lujo. Su escaparate luce una única joya, atreveos a preguntar el precio...
En este lugar, en la esquina con la 57th St., es donde encontramos una de esas anécdotas que nos acompañarían para el resto de todo el viaje. Mientras yo aprovechaba para comprar y saborear otro de esos elementos gastronómicos clásicos de EEUU, un pretzel (que por cierto, no recomiendo comprar si no gusta extremadamente la sal en exceso), encontramos en la misma esquina una especie de mezcla entre lisiado y vagabundo afroamericano al que, por desgracia, le faltaban ambas piernas y se sentaba en una silla de ruedas. Lo que realmente nos llamó la atención y, porqué no decirlo, el cariño, fue el mensaje que el hombre, energéticamente, repetía constantemente una y otra vez golpeando las monedas que la gente le ofrecía en un bote de plástico: "Help me guys, please help me!". Estas dos frases se repetían siempre, cambiando o alterando el orden, pero esas dos frases, sin más. Días más tarde se adquirió la célebre formación de frases como prácticamente un nuevo himno para el RollerCoaster Team. Allá donde fuésemos, lo suyo era gritar a pelo "Help me guys, please help me!".
Pasada la simpática anécdota, buscamos en nuestros mapas la boca del metro más cercana ya que consideramos que, en este mismo punto, lo más emblemático de la 5ª Avenida había ya sido visto y el tiempo apuraba, por lo que había que cumplimentar otro achievement cultural de la isla neoyorquina: tomar el metro. Para ello fuimos a parar a la 53rd. St. con la 6th. Ave., un punto bastante remoto pero por donde precisamente pasaba la línea que nos dejaría a las puertas del próximo punto acordado de visita. Antes de llegar a este punto, cabe aclarar, pudimos incluso entrar en la recepción del MoMa, museo de arte moderno de Nueva York.
Llegados a este punto haré un breve inciso en el relato de nuestro pequeño viaje y os explicaré un poco el sistema de funcionamiento del metro de New York. En esencia es muy fácil, aunque la variedad y cantidad de paradas os puede despistar un poco.
Al entrar al vestíbulo de cada parada encontraremos una serie de maquinas expendedoras de muy fácil comprensión, más teniendo en cuenta que podemos elegir el idioma español en los menús (siempre). En estas máquinas adquiriremos la variedad de Metro Card que queramos y que veamos más válida. En nuestro caso adquirimos la estándar, que consiste en una tarjeta válida para un total de 2 horas. Estas tarjetas se pueden usar tanto para el transporte subterráneo como para los autobuses, pero no se puede combinar ambos. El precio de estas tarjetas es de 2$ (TAX incluida) y en la mayoría de las máquinas se puede pagar en efectivo (moneda y billete) y en tarjeta de crédito (únicamente de crédito, no de débito).
Vale la pena tener en cuenta que aunque la frecuencia de paso del metro es admirable y útil, hay un hecho que puede llegar a confundiros mucho y que hay que observar con cuidado para no perderse y es que, por una misma estación, pueden pasar trenes con distintos destinos o incluso pertenecientes a distintas líneas. Sobretodo hay que tener clara la estación de destino de la línea que queráis tomar, ya que es la que constantemente se repite tanto por megafonía como en distintos carteles o paneles que decoran las estaciones subterráneas.
Dicho esto, cierro el inciso y paso a comentar lo que nos encontramos unos 20 minutos después. 20 minutos que nos sirvieron de tranquilidad y reposo (sobretodo para nuestras ya cansadas piernas).
Visita a la Zona 0 y Wall Street
Tras casi media hora de oscuridad alimentada por los sintéticos fluorescentes de las estaciones que íbamos dejando atrás, las indicaciones y los carteles que alimentaban nuestra estación de destino ya anunciaban lo que nos íbamos a encontrar nada más salir de esos lúgubres y estrechos pasillos: la imponente Zona 0.
Creo que llegados a este punto, poco hay que explicar de esta enorme extensión de terreno que, años atrás, contuvo dos edificaciones gemelas que formaron parte de la historia reciente de la ciudad y que se alzaban centenares de metros por encima de todos los edificios del alrededor. Contemplar ese lugar e imaginar la presencia de tan imponentes edificios se hace difícil, pero comprensible, de la misma manera que invade el horror nuestro pensamiento al intentar formarse una idea en nuestra cabeza de lo que pudo llegar a ser aquella barbarie de tan catastróficas consecuencias.
Hoy día la zona está plagada de grúas, hormigoneras, camiones y, sobretodo, seguridad, mucha seguridad. Policías por doquier, a la par de una multitud que, expectante, contempla las historias que algunos vendedores ambulantes de fotografías y recuerdos intentan explicar para impresionar todavía más, para sobrecoger los corazones y dejar la piel de gallina explicando que éste árbol quedó intacto o que aquél edificio de allí tuvo que ser rehabilitado. Una retahíla casi inacabable de historias surgen de las bocas de los oradores que se forman en las aceras de los alrededores de la zona.
Nosotros intentamos huir rápidamente de todo este ambiente post-apocalíptico que, todo sea dicho, intentaba sacar dinero incluso de debajo de las piedras y decidimos tomar camino en dirección a Wall Street, la calle de los negocios y auténtico hervidero del dinero americano.
En nuestro camino nos topamos de lleno con la siempre funesta imagen de un campo santo, el perteneciente a la Trinity Church, justo en el centro de la gran urbe, con multitud de tumbas plantadas en el verde prado, siendo observadas para la eternidad por los toscos edificios de centenares de metros que rodeaban la zona.
Es, precisamente, la Trinity Church la que marca el inicio de una "callejuela" de apenas 10 metros de anchura llamada Wall Street. Habíamos llegado al punto álgido de la ilustre economía estadounidense.
A apenas unos 200 metros de la simbólica iglesia, nos topamos con un edificio que no puede pasar, bajo ningún concepto, desapercibido: el Federal Hall National Memorial. Por el nombre quizás no os sonará, pero si veis la imagen que os dejo aquí abajo probablemente os sea mucho más familiar.
Antiguo ayuntamiento de la ciudad (desde 1700, el año de su construcción), ha sido escenario de multitud de hechos relevantes para la sociedad norteamericana, como por ejemplo el nombramiento en 1789 del primer presidente de los Estados Unidos: George Washington, cuya estatua preside la pequeña y modesta plaza que se abre paso frente al edificio de vistosas columnas neoclásicas.
Siguiendo un poco el instinto y nuestro sentido de la orientación, en apenas unos minutos de camino nos plantamos en el borde que delimita la ciudad con el agua de la bahía, un mirador donde podemos observar en su plenitud el skyline lejano de Brooklyn.
Y bordeando esta orilla pudimos dar con nuestro siguiente punto turístico al que acudimos con bastante tiempo y el cual disfrutamos durante el siguiente par de horas.
Ferry a Statement Island y cena en Little Italy
La "punta" de Manhattan alberga varios de los edificios más funcionales y a la vez turísticos de la urbe. Por una parte encontramos la estación para Governors Island (al este de la bahía, una isla donde encontramos sobretodo escuelas privadas, universidades y varios campus estudiantiles donde antiguamente se encontraban edificios gubernamentales). La estación, hay que decir, está construida en su práctica totalidad de hierro y acero puros, por lo que aunque la vista os engañe, todo lo que veis en esta fotografía es hierro menos, claro está, las ventanas de cristales. Aquí también podemos adquirir billetes para un ferry que nos lleva directamente a Brooklyn y que suele ser adquirido a diario por miles de personas que trabajan en la isla pero residen en el mencionado barrio o incluso en Queens.
Un par de centenares de metros más hacia el oeste, en el punto más alejado de la isla, encontramos el Staten Island Ferry, un edificio algo más moderno e imponente que contiene los muelles de partida del barco que nos lleva directamente a Staten Island, una semi-península que se levanta a varios kilómetros de distancia y que va a parar a la costa oeste de la bahía, entrando ya al estado de New Jersey.
Adquirir el ferry a Staten Island es totalmente gratuito, aunque hay que decir que lo más recomendable, debido a este precio, es adentrarse entre la multitud que se agolpará en las puertas de acceso a los muelles. Una vez se abren las puertas acristaladas accedemos a nuestro anaranjado barco, donde se nos da la opción de poder elegir entre la semi-cubierta, donde grandes miradores nos permitirán observar los laterales de las vistas o la parte baja, más cercana a las frías aguas de la bahía y conectada directamente con la proa y la popa del barco, permitiéndonos instantáneas bucólicas con nuestro recorrido plasmado en las aguas neoyorquinas.
Lo más recomendable, al menos por nuestra propia experiencia, es tratar de encontrar a la ida un hueco en el lado derecho (ya que desde aquí pasaremos bastante cerca de Liberty Island) y a la vuelta en el mismo lateral, para así contemplar la solemnidad de Governors Island y al fondo de un silencioso Brooklyn. Nosotros hicimos algo parecido y pudimos contemplar, entre la multitud de turistas, la famosa Estatua de la Libertad.
Un consejo: no os esperéis demasiado y cargad vuestro equipaje con una cámara que os permita un buen zoom, de lo contrario os desilusionaréis rápido al comprobar que algo que parece grande y majestuoso se convierte en apenas un monumento minúsculo en la lejanía de las aguas.
Tras algo más de una hora (entre la espera, la ida, la espera y la vuelta) llegamos de nuevo al punto de partida, la estación de Staten Island Ferry. Comentar que en este punto se reúnen también una multitud de líneas y intersecciones de medios de transporte (bus, trenes y metro), por lo que decidimos tomar de nuevo el metro aunque en esta ocasión en dirección al noreste. Teníamos hambre después de una tarde tan ajetreada y el sol comenzaba a enterrarse en el horizonte, nuestros estómagos nos pedían insistentemente un poco de atención por lo que decidimos adentrarnos de lleno en Little Italy.
De nuevo, una pequeña (o gran) decepción. Little Italy es marketing, vende nombre y vende, quizás de mala manera, la fama. En realidad la pequeña Italia no es más que una barriada de varias calles que, en una especie de sintonía familiar, pretenden acoger al visitante en un clima cálido, simpático, musical y visual, tratando en todo momento de hacernos sentir que estamos en una concurrida calle de la bella Roma.
Hechizados por este pensamiento decidimos semanas antes que cenaríamos en Little Italy y, a mi parecer, caímos en una de las más perversas trampas de la Gran Manzana. Aunque nuestra experiencia puede que fuese puntual y alejada totalmente de la realidad, el consejo que os puedo dar llegados a este punto es el de que tratéis de cenar en cualquier otro barrio o establecimiento.
Acudimos al Buona Notte, un restaurante italiano del que había leído bastantes buenas críticas (sobretodo comparado con el resto) y el cual, los mismos habitantes de la ciudad, se encargaban de otorgar mucha calidad y buena comida. El resultado fue que, literalmente, nos timaron. Nos dieron gato por liebre y a mi, personalmente, me llegaron a cobrar 14 dólares por una mala caricatura de la siempre buena ensalada caprese, de la que soy amante desde hace años. Tres rodajas de tomate, con sus sendas rodajas de queso de mozzarela fresca y un par de hojitas de albahaca.
Había muerto un mito, creedme.
Superado, dolorosamente, el mal trago (o bocado), decidimos encaminarnos en nuestro tramo final de la maratoniana ruta a un punto que inicialmente estuvo programado completar la noche anterior pero que, como pudisteis comprobar en el episodio anterior, no se consiguió completar debido a nuestra tardanza en encontrar Edison y nuestro hotel.
Raudos nos dirigimos al metro, el que sería nuestro último metro de la jornada, que nos llevaría directamente a otro de esos puntos que hacen que Manhattan se transforme por completo ante tu mirada y no haga más que provocar abrir la boca de asombro...
Times Square y cumbre en Empire State Building
Era ya de noche y el esplendor de la ciudad que nunca duerme brillaba más que nunca debido a las farolas, ventanas, neones y coches. La verdad es que es bastante difícil conocer la oscuridad completa en una ciudad que parece que consuma más electricidad de noche, cuando la gente duerma, que de día, cuando la gente vive en ella.
Sabiendo que la espectacularidad de nuestro próximo objetivo se multiplicaba por este hecho, nuestra próxima parada en el metro era ni más ni menos que Times Square, un pequeño barrio dentro de la zona central de la ciudad que ha ido cambiando con el paso de los años el rol de centro de negocios, para dejar paso a ser uno de los escaparates de publicidad visual más deslumbrantes en la actualidad.
Nada más salir de la parada de metro vimos que la cantidad de luz que irradiaba el lugar es totalmente desproporcionada. Estábamos de noche, sí, pero la cantidad de luz es tal que en algunos puntos incluso parece que sea pleno día. La calle se ilumina desde las azoteas de los edificios con grandes focos de colores que hacen que las farolas apenas hagan acto de presencia. Se nota que lo importante no es que veas por dónde vas, sino que alces la vista y observes cada una de las decenas de pantallas que se despliegan por doquier.
Pantallas cuadradas, rectangulares, circulares, incluso cilíndricas, todo tipo de pantallas tienen cabida en cualquier rincón. Como es lógico la publicidad en cada pantalla manda, podemos ver desde trailers de películas, anuncios de marcas conocidas (especial acto de presencia en esta ocasión de Pepsi y Disney) o incluso anuncios diseñados exclusivamente para ser vistos en estas pantallas, como monitores gigantes de altísima resolución que hacen creer, por un momento, que no es una pantalla lo que ves, sino que está ahí y es real (como pasó con una pantalla de JVC que engañaba al ojo de tal manera que mostraba coches subidos a la terraza de un edificio).
El punto neurálgico, sin embargo, de Times Square, es el triple cruce de Broadway con las 7th Ave. y la W 47 St., que nos sonará por ser la altísima fachada de pantallas que se suele lucir en todas las retransmisiones del lugar turístico para fin de año. Es tanta la afluencia de gente en este lugar que incluso debajo mismo de esta estrecha fachada se ha instalado una gradería que está permanentemente plagada de gente realizando fotografías al lugar o, simplemente, disfrutando de un café y del espectáculo de la muchedumbre.
Digna de mención es también la actividad de la zona, muy parecida en ocasiones a un enorme hormiguero humano. Las calles no dejan de sorprender a los visitantes con coches estrambóticos, personajes públicos que se hacen una fotografía contigo por un dólar o incluso policía montada, algo que la gente se afana en coleccionar para sus cámaras fotográficas.
Música por grandes altavoces, sonidos venidos de todas partes, puestos de venta de hot dogs o kebabs, luces que se van moviendo en el aire dibujando caprichosas formas en las nubes, bocinas de coches clásicos junto con el rugir de los deportivos más caros de la ciudad. Si algo se puede comparar a este punto es una pura jaula de grillos, sin duda.
Salidos de este esperpéntico lugar que, sin embargo, es prácticamente punto obligatorio de visita (no os lo podéis perder para nada del mundo, es una buena ración de 15 o 20 minutos de no dejar de asombrarse a cada paso que uno da), decidimos encontrar, caminando por calles y avenidas, la 6ª Avenida, mucho más relajada y alejada del ajetreo que habíamos vivido unas calles más allá. Desde esta avenida, y en menos de 15 minutos, nos plantamos a pocos metros del majestuoso y siempre presente Empire State Building.
Cruzando la 34th St llegamos a la fachada este, donde se encuentra el hall de entrada del edificio y donde empieza el laborioso camino hasta la cima. Aquí es donde dejo ir otro consejo muy valioso: visitadlo con tiempo. No por el hecho de que se sature de gente, ya que la capacidad de absorción es grande y no creo que tengáis problemas para llegar arriba, sino por el hecho de que la cantidad de colas y puntos de seguridad que deberéis pasar es bastante numerosa.
Al llegar al hall tendréis que subir unas escaleras mecánicas que os llevarán al piso 2 y allí, tras sortear un par de pasillos, os adentraréis en el primer laberinto formado por cordones de terciopelo rojo. Salones de mármol rojizo y lujosos acabados para llegar a las taquillas, donde podréis adquirir vuestro "pase" hacia el punto más alto de la ciudad por el precio de 22$ (creedme, merece mucho la pena pagarlos sólo por lo que podréis ver y fotografiar).
Después de este paso empieza una auténtica hecatombe de laberinto tras laberinto. Cuando sales de uno vas a parar a otro y, mientras, para entretenerte, te explican fórmulas de ahorro energético que se llevan a cabo en el edificio o incluso te disparan la fotografía que podrás adquirir al salir, un clásico que los visitantes de parques ya nos conocemos de memoria.
Un par de laberintos más y llega el primer ascensor (¡por fin!). Este primer ascensor nos lleva hasta un piso donde se nos da a elegir otra opción más (y uno aquí no hace más que ver cómo van repartiendo a la gente). Te dan la opción de subir los últimos 6 pisos a pie o hacerlo a través de un segundo ascensor, para el cual deberás hacer de nuevo otro gran laberinto de colas. Nosotros, a sabiendas de que el tiempo jugaba en contra nuestra, decidimos subir a pie los 6 pisos por unas escaleras más propias de emergencia que de servicio oficial.
Al acabar la subida tienen incluso un guarda de seguridad que, con simpatía, te felicita por la gloriosa gesta y te invita a pasar al hall de recepción de la terraza. Al salir del hall, tocas el cielo.
Describir con palabras lo que se puede ver en este punto, y aunque haya escrito ya mucho para llegar aquí, sería imposible. Se puede comparar a un enorme juego de estrategia en el modo nocturno, se puede comparar a una gigantesca constelación de luces amarillas y blancas, incluso se puede comparar a un universo en miniatura del que, por un momento, parece que puedas controlar absolutamente todo.
El Empire State Building ofrece en este punto su regalo a New York y a sus visitantes, unas vistas imponentes en 360º de absolutamente todo lo que hay en la ciudad. Al ser un edificio que en altura no compite más que con un lejano edificio Chrysler, la supremacía en altura es incomparable y nos permite observar desde el lejano puente de Brooklyn hasta los barrios del Bronx o la lejana Jersey.
Hasta donde alcanza la vista no cesan las luces, los carteles y, sobretodo, el tráfico incesante. Los ojos se pierden contando lucecitas y el parpadeo constante de los aviones es lo único mayor que se tiene sobre la cabeza.
Este es el único punto en el que Manhattan parece pequeña a tus pies, donde Times Square se ilumina hasta el punto de parecer un micro-clima más dentro de la urbe, donde Central Park enmudece y se vuelve oscuro y siniestro allá en la lejanía de la ciudad alta, donde China Town y Little Italy saludan tímidamente al Soho o a los barrios financieros.
A partir de este momento, cuando adquieres la sensación de que más o menos conoces todo lo que estás viendo, es cuando te empiezas a fijar en los pequeños detalles ya que la terraza del Empire State se convierte en algo así como un "¿Dónde está Wally?" a escala real. A unas tres manzanas del edificio hay una alta azotea donde, curiosamente, se ha montado una discoteca y se puede observar pequeños puntitos en forma de gente moviéndose. Abajo en las calles podemos ver puntos brillantes de los que sale humo, no son más que puestos de comida rápida. En la lejanía de la bahía, en el lado de Queens, un enorme cartel de neón de Pepsi se refleja en su rojizo color en el agua.
Coleccionar las vistas y los detalles es, sin miedo a equivocarme, una de las experiencias más potentes que se pueda vivir en esta gran ciudad. Obviamente no recomendada para los sufridores de vértigo (son centenares de metros de altura) o para quien no guste de observar la incesante vida de una metrópolis. Pero lo cierto es que el amor y el cariño por este edificio no consiguen hacerse realidad hasta que no estás allí arriba, contemplando el mundo como el que observa un charco de agua.
Regreso a "casa" en la oscura noche
Al bajar del edificio en sus rápidos ascensores pudimos darnos cuenta de que la hora era tardía y que, tras un pequeño descanso para nuestras maltratadas piernas, deberíamos caminar en dirección a Penn Station, la estación en la que iniciamos esta dura travesía hacía ya más de 17 horas. Esta caminata sirvió para despedirnos de cada rincón de la ciudad, de cada elemento del paisaje urbano puesto que a partir del día siguiente no volveríamos a Manhattan más que el último día y de manera superficial.
En Penn Station tuvimos que esperar una larga hora hasta que nuestro tren, el último que salía ese día a la 1:40, llegase. Al subir todo nos pareció mucho más lento y cansado, pero no era así, sino que nuestra percepción del espacio y del tiempo había cambiado. Estábamos tan agotados que apenas nos podíamos mantener despiertos a la espera de la cada vez menos lejana estación de Edison.
Llegamos algo antes de las 3 de la mañana y, habiendo llamado previamente a la compañía de taxis, nos vinieron a buscar para llevarnos al hotel Confort Inn Edison. Tras una animada (o más bien desesperada) charla con el conductor, que nos explicó el sistema de los taxis en la ciudad y la competencia entre compañías de diferentes etnias y culturas, pudimos llegar al hotel.
Eran las 3 de la mañana en punto. Cerrábamos las puertas de las habitaciones no sin antes haber negociado la hora del desayuno a la mañana siguiente. Teníamos que descansar y dormir porque al día siguiente nos esperaba el auténtico estreno del viaje, la primera gran prueba tras este calentamiento de motores: la visita a Six Flags Great Adventure.
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Y hasta aquí la larga entrada de hoy. Espero no haberos cansado demasiado en la lectura de este reportaje especial. Como podréis observar, he tratado de ser bastante escueto en centenares de detalles que sí me he encargado de guardar bien en la cajita de la memoria personal. Y como observaréis, pese a que la cantidad de fotografías sobrepasa con creces el registro normal de las entradas en el blog, he tratado de hacer una dura selección, descartando otras tantas instantáneas que merecían de igual manera hacer acto de presencia hoy.
Es obvio que Manhattan no es ciudad de un día. Fijaos que nosotros tuvimos que invertir 19 horas en una visita en la que nos dejamos otros tantos lugares de interés. Está claro que no pudimos comprar en el Soho, no pudimos acercarnos a la bahía oeste y contemplar Jersey, no llegamos a navegar en dirección a Liberty Island, ni conocimos los extensos barrios de la alta periferia. Pero podemos afirmar orgullosos que ese día pudimos visitar la inmensa mayoría de postales que normalmente la gente imagina y que nosotros pisamos con nuestros agotados pies.
Mi última recomendación es la de que, simplemente, vayáis a visitarla. Merece muchísimo la pena y, habiendo visto la inmensa mayoría de grandes ciudades europeas, puedo asegurar totalmente que Manhattan es necesaria al menos una vez en la vida. La grandeza y la riqueza del lugar es desmesurada, se escapa de cualquier comprensión que intentemos otorgarle. Es simplemente llegar y disfrutar de lo que se vive, nada más y nada menos.
¿Habéis asistido al espectáculo de la Gran Manzana en alguna ocasión?¿Os interesa viajar y tenéis alguna duda concreta?¿Tenéis alguna opinión respecto a esta entrada? No dudéis a plasmar vuestras inquietudes en forma de comentarios aquí, justo aquí abajo.
¡BRUTALISIMO! ¡AWESOME! Y millones de adjetivos calificativos mas que tengo y que no se poner. Me faltaria espacio.
ResponderEliminarThanks.
Impresionante entrada, sobretodo lo del Empire State. Tengo que decir que desde pequeño (tengo 13 años) siempre me han gustado los edificios, la arqueitectura moderna, y sobretodo los gratacielos altos, altíssimos.
ResponderEliminarEn serio, ha valido la pena leer tooodo esto ;)
Es una ciudad que tal como la pisas, sin haberla visto todavía, te obliga a pensar que volverás. Yo cuando me estaba tomando el café de mierda fumándome el cigarro de dólar fuera de la tienda de bagels, con este aroma que desprende la ciudad, me vinieron ganas de alquilarme un piso YA. Eso sí, a las 3 de la madrugada lo que pensaba es que era una ciudad donde es imposible vivir xD Es todo a lo bestia, muy mágico el día. Lástima de los malditos aires acondicionados, me resfrié como una perra vagabunda :(
ResponderEliminarEstoy enganchadisimo a este Blog.
ResponderEliminarEstupenda entrada y estupendo viaje, aunque te hemos echado de menos estos dias